domingo, 16 de mayo de 2010

Amador Román, La vida en un pie

Con las uñas llenas de polvo y manos secas, Amador Román se retira del cuarto número 27. Se sienta en un sillón del pasillo, saca su libro, “El Escarabajo de Oro” del famoso autor Edgar Allan Poe y entre risas lo lee en voz alta.
Amador se encuentra en el Hospital dermatológico Gonzalo González desde hace 13 años, una úlcera en su pie fue la gota que derramó el vaso. Don Amador, como le dice su compañero de cuarto Augusto Jiménez, nació en chaguarpamba, provincia de Loja. En su ciudad le dijeron que debido a su úlcera tenían que cortarle el pie, pero su sobrino Ignacio lo llevó hasta el Leprocomio y desde ahí, la comunidad de Hansen se ha convertido en su hogar.
En una pared de la primera brigada, un corazón grande que dice: “La caridad de Jesús crucificado nos premia”, llama la atención de Amador, quien se queda observándolo como si lo mirara por primera vez.
Una señora vestida de túnicas blancas, sale de una puerta de madera que cuelga un letrero, que dice: “enfermería”, alza su mano y lo saluda. “Hace rato que no lo veo por aquí, Don Amador”.
Con pasos pequeños y varias pausas al caminar, Amador pasa a lado del Salón de Juegos, el cual se encuentra cerrado con candado. Se aproxima hasta la puerta vieja y descuidada de tablón y con esfuerzo logra apreciar que el salón está vacío, las mesas están desordenadas y la televisión está escondida en una esquina que apenas recibe la luz del sol.
Desde lejos logra observar que su compañero Augusto transporta por los pasillos alfalfa, se ríe y recuerda cuando juntos cultivaron las hojas dentadas y de flores amarillas. Apresura su paso para encontrarse con su amigo, la felicidad que tiene de ver la planta es mayor al dolor que siente cada vez que asienta el pie izquierdo al piso de madera.
Se sientan juntos en un sillón gris, los ojos de Amador no se apartan ni por un instante de la alfalfa. Augusto se levanta y sigue por el pasillo que lo lleva al comedor. Amador se acomoda rápidamente y arrima su cabeza, saca del asiento unas imágenes y las abraza, como queriendo detener el tiempo.
Sus ojos se llenan de lágrimas al mirar las fotos de su familia, lágrimas que a su vez caen por sus mejillas. Ximena, una morena de ojos claros, con una sonrisa grande, es la mujer que roba los suspiros de Amador. “Aunque la fotografía es vieja, no llega a opacar la dulzura y ternura de su cara, de mi hermosa Ximena” los ojos le brillan cuando habla de ella y sus manos esclavas de la lepra tiemblan.
Amador guarda las fotografías en un libro de pasta amarilla, “Es hora de mis pastillas”, se levanta, ingresa a su cuarto y con gran ímpetu avienta la puerta para que ésta quede cerrada completamente.

ENTREVISTA:
Augusto Jiménez, amigo y compañero de cuarto de Amador Román. Se encuentra en el Hospital Dermatológico Gonzalo González, desde el año 1979. Sufre de nódulos en la piel también llamados lepromas.
¿Qué lo trajo hasta este hospital?
Rubén, mi hermano comenzó con manchas hiperestésicas en su cuerpo, entonces él y su familia vinieron hace 30 años a vivir en las “casitas”, les dicen así porque son muy pequeñas (risas). Y cuando empezó mi problema, me aparecieron grandes nódulos en la piel, mi hermano me dijo que venga para este Hospital, así que deje mi tierra en Manabí y vine acá a que me curen.
¿Cómo es un día en la comunidad Hansen?
No hay nada que hacer, muchos de los que están aquí trabajan para no aburrirse, pero en mi condición no puedo trabajar. Un día aquí es largo, pasa lento el tiempo, lo único que puedo hacer es leer, pero ya me canso de leer lo mismo. Hay veces que voy a la “casita” donde vive Rubén y su familia, pero no me siento a gusto.
¿Algo bueno de este lugar?
La atención que nos dan los doctores y los compañeros, la oportunidad de sembrar nuestros propios alimentos y conocer a otras personas con el mismo problema, ellos te entienden. Por lo menos puedo verle a mi hermano, y estar en contacto con él y mis sobrinos.
¿Algo malo?
Estar lejos de mi familia, sobre todo de mis hijos. La comida de aquí es poca (risas). La soledad, sentirme cada vez más viejo. La atención de las enfermeras no es buena, no nos limpian el cuarto todos los días como dicen, a veces pasa una semana para que limpien y nos den vendas nuevas.

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